Christ and the Rich Young Ruler
Hofmann, Heinrich (Johann Michael Ferdinand Heinrich), 1824-1911. Christ and the Rich Young Ruler, from Art in the Christian Tradition, a project of the Vanderbilt Divinity Library, Nashville, TN. https://diglib.library.vanderbilt.edu/act-imagelink.pl?RC=56649 [retrieved October 1, 2024]. Original source: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Hoffman-ChristAndTheRichYoungRuler.jpg.
Leer en español después de la versión en inglés.
October 13, 2024 – 21st Sunday after Pentecost
Texts: Job 23:1-9, 16-17; Psalm 22:1-15; Hebrews 4:12-16; Mark 10:17-31
A rich man asks Jesus how to experience abundant, eternal life. “Keep the commandments,” Jesus answers. Specifically, he rattles off commandments that describe our relationships with other people. Jesus invites the man to take responsibility for the lives of his neighbors. When this man-with-many-possessions replies that he has done this, Jesus challenges him: “You are lacking one thing. Go, sell what you own, and give the money to the poor. Then you will have treasure in heaven. And come, follow me.”
We might rush to a sermon on stewardship and money here. The things we have are not meant to be hoarded but shared. We honor God by being generous and responsible stewards with what was never really ours in the first place.
Yet, partnered with this text is also the story of Job. His was not a voluntary relinquishing. As the story is told over a series of weeks in the lectionary, Job has experienced immense loss. Devastation that was undeserved and unfair. He cries out for a hearing, a trial, an opportunity to lay out his case before the Lord.
For twenty-nine chapters there is a back and forth between Job and his friends. They take turns lifting platitudes and calling Job to repentance. When they look at Job’s sorry state – his loss of family and income and now bodily distress – they conclude he must have done something wrong. They all believe, Job included, that God is a God of justice. People get what they deserve. If you live a righteous life, you are blessed with peace and prosperity. If you sin, then you are punished.
Job continues to declares his innocence and demands justice, but feels like God hasn’t shown up so he can lay out the case. In many ways, he wants to put God on trial. He feels abandoned, and we hear echoes of the psalmist in his speech. “My God, my God, why have you forsaken me?” (Psalm 22:1)
Maybe what we find in these two very different stories is a lesson about presence and solidarity. Our God is not a transactional deity who tallies right and wrong and hands out punishments and rewards. Both Job and the rich man have followed the rules because they think that is what faith is about... and they think they should get what they have earned and deserve. Both experience disappointment when this understanding of God is upended.
Scripture gives us a radically different understanding of who God is and how God sees us. God formed us and breathed life into us. God took imperfect people and through them blessed the world. God heard the cries of people in distress and raised up leaders to restore them. Our high priest, Jesus, can sympathize with our weakness (Hebrews 4:15). We have never had to earn God’s love… it simply is there. It is all grace. It is all a gift. God knows us fully and has already blessed us and wants us to be a blessing to others. Or maybe to put it a different way: loving God and loving our neighbors were never means to an end – they are the end, they are the fullness of what God desires for our lives.
What Job needed in his devastation was not a divine judge so he could argue his case. He needed neighbors who would sit with him in his suffering without judgment and be the presence of God. Later, God chastises the friends for their misunderstanding of who God is and they are all invited to reconcile through prayer and offering. We learn that we don’t have to hide our pain or be ashamed of our struggles. God loves us, and holds us, and gives us strength… often through our relationships with one another. Real, true, abundant life is found in community with God and one another.
The call to give up his possessions was an invitation to the rich man to be in solidarity with those whom God loved. He didn’t need to earn God’s favor, but to experience it through abundant life for others. While he walked away from that call, it is how the early Christian community tried to live. Many sold their possessions and gave it all to the common good and there was no one in need among them. They came to experience the joy of a life where the blessings of God were shared. It was a life where they truly loved God and loved their neighbors every single day.
That sounds like abundant life to me. Not just for ourselves, but for all.
The Rev. Katie Z. Dawson serves as assistant to the bishop of the Iowa Annual Conference of The United Methodist Church.
Vida Abundante para Todos
Memorándum para los que predican
13 octubre, 2024 – Domingo 21 después de Pentecostés
Job 23:1-9, 16-17; Salmos 22:1-15; Hebreos 4:12-16; Marcos 10:17-31
Un hombre rico le pregunta a Jesús cómo experimentar la vida eterna y abundante. “Sigue los mandamientos,” responde Jesús. Específicamente, recita mandamientos que describen nuestras relaciones con otras personas. Jesús le invita al hombre tomar responsabilidad por las vidas de sus prójimos. Cuando este hombre-con-muchas-posesiones responde que ha hecho esto, Jesús lo desafía. “Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme.”
Es fácil que corramos hacia un sermón sobre ofrendas y dinero aquí. Las cosas que tenemos no son para acumular sino para compartir. Honramos a Dios por ser generosos y responsables con lo que de verdad jamás nos perteneció a nosotros en primer lugar.
Pero, juntado con esta lectura también es la historia de Job. Su renuncia no era voluntaria. Como la historia es relatada sobre una serie de semanas en el leccionario, Job ha experimentado pérdidas inmensas. Es devastación que no fue merecida y es injusta. Grita para tener una audiencia, un juicio, una oportunidad de explicar su caso ante Jehová.
Durante veintinueve capítulos entre Job y sus amigos. Se turnan poniendo clichés y llamando que Job se arrepienta. Cuando miran el estado lamentable de Job – la pérdida de su familia y su ingreso y ahora su las aflicciones en su cuerpo – concluyen que tiene que haber hecho algo incorrecto. Todos creen, incluso Job, que Dios es un Dios de justicia. Personas reciben lo que merecen. Si vives una vida recta, eres bendecido/a con paz y prosperidad. Si pecas, entonces eres castigado/a.
Job sigue declarando su inocencia y demanda justicia, pero siente que Dios no se ha presentado y por eso no puede exponer su caso. En muchas maneras, quiera llevar a Dios a juicio. Se siente abandonado, y podemos oír ecos del salmista en sus declaraciones. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Salmos 22:1).
Quizás lo que encontremos en estas dos historias muy diferentes es una lección acerca presencia y solidaridad. Nuestro Dios no es deidad transaccional que suma lo correcto y lo incorrecto y reparte castigos y recompensas. Ambos Job y el hombre rico han seguido las reglas porque creen que eso es de lo que trata la fe . . . y creen que deben recibir lo que han ganado y lo que merecen. Ambos experimentan desilusión cuando este entendimiento acerca de Dios es volcado.
Las Escrituras nos dan un entendimiento radicalmente diferente de quién es Dios y cómo Dios nos ve. Dios nos formó e infundió vida a nosotros. Dios tomó a personas imperfectas y mediante ellos bendijo al mundo. Dios oyó los gritos de personas en situaciones difíciles y levantó a líderes para restaurarlas. Nuestro alto sacerdote, Jesús puede simpatizar con nuestra debilidad (Hebreos 4:15). Jamás hemos tenido que ganar el amor de Dios . . . simplemente está aquí. Todo es gracia. Todo es don. Dios nos conoce completamente y ya nos ha bendecido y quiere que seamos bendición a otros. O quizás decirlo por otra manera: el amar a Dios y a nuestros prójimos jamás eran un medio para un fin – son el fin mismo, son la plenitud de los que Dios desea para nuestras vidas.
Lo que Job necesitó en su devastación no fue un juez divino para que pudiera declarar su caso. Necesitó a vecinos que se sentarían con él en sus sufrimientos sin juicio y siendo la presencia de Dios. Más tarde, Dios reprende a los amigo por malentender quién es Dios y todo son invitado a reconciliar mediante oración y ofrendas. Aprendemos que no tenemos que esconder nuestro dolor ni estar avergonzados de nuestras luchas. Dios nos ama, y nos abraza, y nos da fuerzas . . . frecuentemente mediante nuestras relaciones con otras personas. La vida verdadera y abundante se encuentra en comunidad con Dios y con otras personas.
El llamado para renunciar sus posesiones fue una invitación al hombre rico que sea en solidaridad con los a quienes Dios amaba. No necesitó ganar el favor de Dios, sino necesitó experimentarlos mediante la vida abundante por otros. Mientras que él se marchó de ese llamado, es cómo la primitiva comunidad cristiana trató de vivir. Muchos vendieron sus posesiones y se lo dieron todo al beneficio de todos y no había nadies en necesidad entre ellos. Llegaron a experimentar la alegría de una vida donde las bendiciones de Dios eran compartidas. Era una vida donde verdaderamente amaban a Dios y amaban a sus prójimos todos los días.
Eso me suena como vida abundante. No solamente para nosotros, sino para todos.