Focus
Where is our focus in faith – on our own needs and desires, or on God's plan for humanity? (Photo by Enoc Valenzuela/Unsplash)
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For November 17, 2024 | 26th Sunday after Pentecost
1 Samuel 1:4-20; 2:1-10 | Mark 13:1-8
In January 2014, my husband and I went on a Holy Land tour with Bishop Julius Trimble. As we were getting accustomed to the landscape, driving around on our first day, our tour guide Mike said, “When God created the Middle East, God put 90 percent of the world’s rocks here!” We all laughed about it because when you’re there, especially driving in remote areas in-between cities, it can look like piles and piles of rocks next to the road. Yes, there are a lot of rocks in the Holy Land!
When the disciples remark on the size of the stones that make up the temple, they’re feeling challenged by the notion that something so enormous (and heavy!) can’t just “go away.” Something that seems permanent —that requires enormous effort to exist as a part of a structural support for what was conceived as the holiest of all spaces — can’t just all of a sudden not exist, right? It takes a significant, apocalyptic event — earthquake, war — to tear down those stones.
But Jesus says, "you’re focused on the wrong thing. These stones someday won’t exist; and while you’re distracted by that truth, other things are happening."
How often do we invest our time, energy, and resources on the assumption that the stones of the temple will always be there? How many times have we been reminded that things can’t stay the same, for the sake of the church? If instead we look at those large, foundational stones as building blocks for what is possible — can we be invited to see them as less permanent, to re-focus on a consistent truth of the gospel: that God consistently creates a future of possibility? What is permanent: the stones of the temple, placed by human effort; or the lasting truth of a God whose greatest desire is to bring humanity into a kingdom marked by peace, equality, and humility?
If we also turn to Hannah’s story and song from 1 Samuel, we are reminded of these desires that transcend the timeline of our faith. Hannah’s song, lifted as an offering after her unlikely pregnancy, calls to mind that God’s work is to level the playing field, to “raise up the poor from the dust; he lifts the needy from the ash heap to make them sit with princes and inherit a seat of honor.” (1 Samuel 2:8)
Hannah’s song invites us to focus in on the season that begins very, very soon. A season when we strive once again for the Messiah to be born into a world that fears the boulders will come crumbling down. How do we imagine a different future for humanity — one which isn’t focused on building up structures that will eventually come tumbling down, but that instead is focused on how, not where, people gather, and on how people treat one another, rather than on the withholding of resources or grace.
What’s coming? What’s possible? And when will it happen? Those answers are almost endless. These were the questions of Hannah. These are the questions of the disciples.
We can focus on a great many things. Let’s be reminded of the words of the prophets and the call of Jesus to turn towards the work His birth reminds us of: "To do justice, to love mercy, and to walk humbly with God."
The Rev. Mara Bailey serves as a chaplain at Simpson College in Indianola, Iowa.
¿Dónde Está Nuestro Enfoque: En Nosotros Mismos O En El Propósito De Dios?
Memorándum para los que predican
17 noviembre, 2024 – Domingo 26 después de Pentecostés
1 Samuel 1:4-20; 2:1-10; Marcos 13:1-8
Por la Rvda. Mara Bailey
Traducción de Paul I. Burrow
En enero de 2014, mi esposo y yo fuimos en un tour a la Tierra Santa con Obispo Julius Trimble. Como estábamos acostumbrándonos al paisaje, paseándonos el primer día, nuestro guía Mike dijo “Cuando Dios creó el Oriente Medio, ¡Dios puso 90% de las piedras del mundo aquí!” Todos nos reímos porque cuando estás en la área, especialmente manejando en áreas remotas entre ciudades, puede aparecer como pilas y pilas de piedras al lado de la carretera. Sí, hay muchas rocas en la Tierra Santa.
Cuando los discípulos comentan sobre el tamaño de las piedras que formaron el templo, sienten desafiados por la idea que algo tan enorme (¡y pesado!) simplemente no puede desaparecer. Algo que parece permanente – que requiso esfuerzo enorme para existir como parte de apoyo estructural para los que fue concebido como el espacio más santo de todos – no puede no existir de repente, ¿verdad? Requiere un evento significante, apocalíptico, como terremoto o guerra – para demoler esas piedras.
Pero Jesús dice – te enfocas en la cosa incorrecta. Estas piedras, algún día, no existirán, y mientras que estás distraído por esa verdad, otras cosas están ocurriendo.
¿Cuán frecuentemente invertimos nuestro tiempo, energía, y recursos con la suposición que las piedras del templo siempre estarán allá? ¿Cuántas veces nos han acordado que cosas no pueden permanecer lo mismo, por el bien de la iglesia? Si miramos aquellas piedras grandes y fundacionales como bloques para lo que es posible – ¿es posible que podamos ser invitados a verlas como menos permanentes, para re-enfocar en una verdad consistente del Evangelio: que Dios consistentemente crea un futuro de posibilidades? ¿Que es permanente – las piedras del templo, puestas por esfuerzo humano; o la verdad perdurable de Dios cuyo deseo más grande es llevar a la humanidad en el reino marcado por paz, igualdad, y humildad?
Si también consideramos la historia y la canción de Ana de 1 Samuel, somos acordados de estos deseos que van más allá de la línea temporal de nuestra fe. La canción de Ana, levantada como una ofrenda después de su embarazo improbable, trae a la mente que la obra de Dios es nivelar las condiciones, “levanta del polvo al pobre; alza del basurero al menesteroso, para hacerlo sentar con príncipes y heredar un sitio de honor” (1 Sam 2:8). La canción de Ana nos invita a enfocarnos en la estación que ha comenzar muy, muy pronto. Una estación cuando queremos, una vez más, que el Mesías sea nacido en un mundo que teme que las peñas caerán. ¿Cómo nos imaginamos un futuro diferente para la humanidad – uno que no se enfoca en construir estructuras que eventualmente caerán, sino que mejor se enfoca en cómo se reúnen personas (no dónde); en cómo personas se tratan unos a otros (en vez de retener los recursos de gracia).
¿Qué viene? ¿Qué es posible? ¿Y cuándo ocurrirá? Esas respuestas casi son infinitas. Éstas eran las preguntas de Ana; éstas eran las preguntas de los discípulos. Podemos enfocarnos en muchísimas cosas; que seamos acordados de las palabras de los profetas y el llamado de Jesús que nos dirijamos hacia la obra de que su nacimiento nos acuerda; hacer justicia, amar misericordia, y humillarnos ante nuestro Dios.