Versión en español después del inglés
March 21, 2021 - Fifth Sunday of Lent
Text: Jeremiah 31:31-34; John 12:20-33; Psalm 51
This week, I began to pull out plastic flats, grow lights, and my watering can. It is time to start sowing pepper and tomato seeds indoors! In the bottom of the bin where I keep my seed starting pots, I found some envelopes filled with seeds from a few seasons ago. They had been forgotten, discarded, and seemed pretty dried up.
Sometimes our faith life is gets discarded and dries up. The excitement we first had when we began our journey with Christ starts to shrivel because we don’t give the relationship the time and attention we need. Each one of us struggles with this inability to faithfully obey and follow God. Call it what you want: sin, the consequences of free-will, the brokenness of humanity… we just can’t do it all by ourselves. Much like that seed forgotten in the envelope.
Amid one of those moments when faith seemed to have been discarded, God called Jeremiah. He had some tough words and spoke harshly about how the people of God worshipped others and their mistreatment of the poor. Jeremiah was clear about the consequences and then the things he spoke of began to happen. The king was taken away, the army collapsed, the temple was ransacked.
In the chaos and despair, Jeremiah was given a new word of hope. God declared that the day was dawning where the law would be written on our hearts. Even though we loved God and God was faithful, we simply couldn’t live up to our promises. But when God writes a new way on our hearts we will be forgiven, and restored, and God will forget our failures.
We were first given the law to guide our actions and help us live with one another. But scripture tells us over and over that we simply couldn’t do it all by ourselves. Left with just our good intentions it was unattainable. None of us, no matter how much we loved God, could do it, any more than a seed in an envelope could become anything more than a seed.
Yet in these words from Jeremiah, something changes. In some ways, it is God’s answer to the cries of David: “Give me a clean heart. Put a new spirit in me. Take away that old self of mine that never seems to get it right. Fill me up with Your will. I can’t do it by myself. Only you can sustain me.” The law is not an external measure we must live up to. It is a way of being that God writes on our heart.
Anne Lamott retells a Hasidic story about a rabbi who told their disciples to put the Torah on their hearts. One day, a disciple asked “why on our hearts, and not in them?” The rabbi answered that our hearts are closed. They are like stone and only God can put Scripture within us. “But reading sacred text can put it on your heart, and then when your hearts break, the holy words will fall inside.”[1] God writes on our hearts and gives us everything we need to change. We simply need to let go of our old ways and let God fall in.
Maybe that is what Jesus is telling us in our gospel lesson today. A seed all on its own is a hard, stony object without any life. And it will remain simply a seed until it is finally broken open. When water and dirt and light and warmth start to work on that tiny seed it bursts forth. Of course, then it stops being a seed and becomes a sprout. Only when it is broken open, only when it ceases to be, can it finally bear fruit.
Without help, we cannot transform ourselves into what God has intended for our lives. But the good news is, God never said we had to do it alone. God’s law has been written on our hearts. The warm soil of Christian community and the refreshing waters of the Holy Spirit surround us. By God’s grace, we are broken open. By God’s grace, we die to our old selves and are transformed so that we can bear fruit.
[1] Anne Lamott, Plan B: Further Thoughts on Faith, Riverhead Books (2006)
The Rev. Katie Z. Dawson serves as pastor of Immanuel United Methodist Church in Des Moines, Iowa. Memo for Those Who Preach was created by the late Rev. Bill Cotton and has been carried on by a group of his friends and colleagues led by the Rev. Robert Dean. To subscribe, email Rev. Dean.
Memorándum para los que predican
21 marzo, 2021 – Quinto domingo de la Cuaresma
Lecturas: Jeremías 31:31-34; Juan 12:20-33; Salmos 51
Rotos y Abiertos
Esta semana comencé a sacar semilleros plásticos, luces para el crecimiento, y mi regadera. ¡Ya es hora para comenzar a sembrar las semillas de pimienta y de tomate adentro! Al fondo del contenedor done guardo mis macetas para comenzar plantas, encontré unos sobres llenados con semillas de hace unas cuantas estaciones. Habían sido olvidados, descartados, y parecían bien secados.
Algunas veces nuestra vida de fe es descartada y se seca. El entusiasmo que tuvimos al principio cuando comenzamos nuestra peregrinación con Cristo comienza a marchitarse porque no damos el tiempo y la atención a la relación que necesitamos hacer. Cada uno de nosotros lucha con esta incapacidad de obedecer y seguir a Dios fielmente. Nómbralo lo que quiera: pecado, las consecuencias de libre albedrío, el estado de ser quebrantado en la humanidad . . . simplemente no podemos hacerlo por nosotros mismos. Es muy semejante a esa semilla en el sobre.
En medio de unos de esos momentos cuando la fe parecía ser descartada, Dios llamó a Jeremías. Tuvo unas palabras difíciles y habló severamente sobre cómo el pueblo de Dios adoraba a otros y sobre su maltrato de los pobres. Jeremías estaba claro acerca de las consecuencias y entonces las cosas acerca de las cuales había hablado comenzar a ocurrir. El rey fue llevado a otra parte, el ejército se derrumbó, y el templo fue pillado.
En el caos y desesperación, Jeremías recibió una nueva palabra de esperanza. Dios declaró que el día estaba amaneciendo cuando la ley sería escrita en nuestros corazones. Aunque amamos a Dios y Dios era fiel, simplemente no pudimos cumplir con nuestros votos. Pero cuando Dios escribe un nuevo camino en nuestro corazones seremos perdonados, y restaurados, y Dios olvidará nuestros fracasos.
Al principio recibimos la ley para guiar nuestras acciones y ayudarnos a vivir unos con los otros. Pero las escrituras nos dicen una vez y otra que simplemente no podíamos hacerlo por nosotros mismos. Dejados con solamente nuestras buenas intenciones, fue inalcanzable. Ninguno de nosotros, no importa cuánto amábamos a Dios, no podíamos hacerlo, no más que una semilla en un sobre podría hacerse algo más que una semilla.
Pero en estas palabras de Jeremías, algo cambia. En algunas maneras, es la respuesta de Dios a los gritos de David: “Dame un corazón limpio. Renueva un espíritu recto dentro de mí. Quita el antiguo ser que jamás parece hacerlo correctamente. Lléname con tu voluntad. No puedo hacerlo por mí mismo. Solamente tú puedes sostenerme.” La ley no es algo externo con el cual tenemos que igualar. Es una manera de existir que Dios escribe en nuestros corazones.
Anna Lamott recuenta una historia jasídica acerca de un rabino que les dijo a sus discípulos que pusieran el Torá sobre sus corazones. Un día, un discípulo le preguntó “por qué sobre nuestros corazones y no en ellos? El rabino respondió que nuestros corazones están cerrados. Son como una piedra y solamente es Dios quien puede poner las escrituras dentro de nosotros. “Pero leyendo la lectura sagrada puede ponerla sobre tu corazón, y entonces cuando nuestros corazones rompen, las palabras sagradas caerán adentro.”[1] Dios escribe en nuestros corazones y nos da todo lo que necesitamos para cambiar. Nosotros simplemente necesitamos soltar nuestras maneras viejas y permitir que entre Dios.
Quizás esto es lo que Jesús nos dice en la lectura del Evangelio hoy. Una semilla, por sí misma, es un objecto duro, pedregoso sin ninguna vida. Y quedará simplemente una semilla has que por es rota, y es abierta. Cuando agua y tierra y luz y calor comienzan a afectar esa semilla tan pequeña, sale precipitadamente. Claro, entonces deja de ser una semilla y se hace un brote. Solamente cuando es roto y abierto, solamente cuando deja de existir, por fin puede dar fruto.
Sin ayuda no podemos transformarnos en lo que Dios quiere por nuestras vidas. Pero las buenas nuevas son, jamás dijo Dios que tenemos que hacerlo por nosotros mismos. La ley de Dios ha sido escrita en nuestros corazones. La tierra cálida de la comunidad cristiana y las aguas refrescantes del Espíritu Santo nos rodean. Por la gracia de Dios, somos rotos y abiertos. Por la gracia de Dios, morimos a nuestros seres anteriores y somos transformados para que podamos dar fruto.
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[1] Anne Lamott, Plan B: Más Pensamientos en la Fe [Plan B: Further Thoughts on Faith], Riverhead Books (2006)