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Doubting Thomas
Caravaggio's "Doubting Thomas"
Leer en español después de la versión en inglés.
April 7, 2024 – Second Sunday of Easter
Acts 4:32-35; Psalms 133; 1 John 1:1-2:2; John 20:19-31
Thomas was heartbroken to miss seeing the resurrected Jesus. He expresses his need out loud. “Unless I see . . . I will not believe.” It’s a short lament. Thomas threatens nonbelief, yet he shows a committed faith. He’s right there with the disciples the following week. I admire the pluckiness of Thomas. He sticks it out in community even while his faith wavers. We know how the story goes, Thomas’ prayers are answered. His eyes get to see what his faith so craves. Thomas’ response is powerful. “My Lord and my God!”
Thomas’ story is a reminder that faith and doubt are intertwined and that both of these experiences should be supported in community. The degree to which doubt bothers some may be person dependent. But Thomas’ story gives us permission to be honest about how we experience both faith and doubt among friends. I suspect we’ve all had faith that says, “My Lord and my God!” I also suspect we’ve all had doubts. In tough moments our doubts may become an ultimatum, as did Thomas’. While an ultimatum is not ideal, Thomas models many ideal ways to face doubt: He speaks his desire authentically among friends. He laments. He doesn't run from the mission. He stays with the community. Maybe Thomas realizes that among friends, in community, faith is strengthened. Afterall, the community of believers is a preview of God’s eternal covenant community. When we know this deep in our bones, we will cling to the people of God who, in Christ, through the Spirit, bring dry bones to life.
Acts 4 describes what the community of God can be. “...they were one in heart and mind.” “There were no needy persons among them.” The apostolic Church models a flourishing community that ensures the flourishing of each individual. While the early Church in Acts appears idyllic, the honesty of “doubting” Thomas offers a counterbalance of struggle. Struggles become growth opportunities in community, because we learn who we are as reflected in community. Even more, in community we learn who Christ is, because we see him in one another.
Our growth as children of God is given voice in 1 John 1:2, as he addresses us as “my little children.” (The context here isn’t diminutive.) It makes me think of the joyous, old-time children’s hand poem.
This is the church, this is the steeple, open the door and see all the people! [Google “church and steeple hand” if you don’t know it. It requires a visual.]
The surprise in this hand poem is that “the people” erupt in a show of unexpected wiggling fingers. I love this image because it’s a metaphor for who we are as the church. We are unique individuals. We are individually moving, joyful, sometimes chaotic, and (hopefully) always encouraging of one another. This, and bound together in community—joined in one body. The building and steeple are little more than a structure for “all the people”.
At the end of John’s Gospel, John is convinced the community of God can believe without seeing. We can bypass an experience such as Thomas’ by taking John at this word. “These things are written so that you will believe in Jesus Christ …. ” John is convinced those who read his words will be blessed. While John’s claims are uncontested, as we think about community, it’s good to remember that for the early church reading Scripture was not a solitary practice. It was read, processed, and used for worship in community. The community is the backdrop for Thomas’ ease in sharing his doubt. Community is a place to be blessed, loved, reflect, pray and grow. Lack of community is not only spiritually stifling, research finds there is a health toll to being lonely. And so, may we follow the gentle guide of our wise children’s hand poem. *Open the door and see all the people!*
Dr. Wendy Zadeh is a neurologist at Broadlawns Medical Center in Des Moines, Iowa.
Memorándum para los que predican
7 abril, 2024 – Segundo domingo de la Resurrección
Hechos 4:32-35; Salmos 133; 1 Juan 1:1-2:2; Juan 20:19-31
Por Wendy Zadeh
Tomás fue descorazonado al perder ver al Jesús resucitado. Expresa su necesidad en voz alta. “Si no veo en sus manos . . . no creeré.” Es un lamento corto. Tomás amenaza el no creer, pero demuestra una fe comprometida. Está en compañía de los discípulos la próxima semana. Admiro el coraje de Tomás. Se mantiene con la comunidad aún cuando titubea su fe. Sabemos cómo desarrolla la historia, las oraciones de Tomás son contestadas. Sus ojos pueden ver lo que su fe anhela tanto. La respuesta de Tomás es poderosa. “¡Señor mío y Dios mío!”
La historia de Tomás es recuerdo que la fe y la duda son entrelazadas y que ambas de estas experiencias deben ser apoyadas en comunidad. Es posible que el grado al cual la duda molesta depende de la persona. Pero la historia de Tomás nos da permiso ser honesto acerca de cómo experimentamos ambas la fe y la duda entre amigos. Tengo sospechas que todos hemos tenido fe que dice, “¡Señor mío y Dios mío!” También tengo sospechas que todos hemos tenido dudas. En momentos difíciles es posible que nuestras dudas se transformen en ultimátum, como le ocurrió a Tomás. Mientras que un ultimátum no es ideal, Tomás modela muchas maneras ideales para confrontar la duda: Declara su deseo auténticamente entre amigos. Lamenta. No huye de la misión. Se queda con la comunidad. Quizás Tomás se de cuenta de que entre amigo, en comunidad, la fe es fortalecida. Pues, la comunidad de creyentes es preestreno de la comunidad del pacto eterno de Dios. Cuando conocemos esto profundamente en nuestro ser, nos agarramos al pueblo de Dios quien, en Cristo, mediante el Espíritu, causa que huesos secos vivan.
Hechos 4 describe lo que puede ser la comunidad de Dios. La comunidad “era de un corazón y un alma.” “No había entre ellos ningún necesitado.” La Iglesia apostólica modela una comunidad floreciente que asegura que florezca cada individuo. Mientras que la Iglesia primitiva aparece idílica, lo honestidad de Tomás quien “duda” ofrece un contrapeso de lucha. Las luchas se hace oportunidades de crecimiento en comunidad, porque aprendemos quiénes somos como reflejados en comunidad. Aún más, en comunidad aprendemos quién es Cristo, porque lo vemos unos en otros.
Nuestro crecimiento como hijos de Dios es dado voz en 1 Juan 1:2 como nos refiere como “hijitos míos.” (El contexto aquí no diminuto.) Me hace pensar en el antiguo poema de mano de niños.
¡Ésta es la iglesia, éste es el campanario, abre la puerta y ve a todas las personas!
[Busque en Google “church and steeple hand” si no lo conoce. Requiere algo visual.]
La sorpresa en este poema de mano es que “las personas” erupcionan en una demostración inesperada de dedos que se retuercen. Me encanta esta imagen porque es metáfora para quiénes somos como la iglesia. Somos individuos únicos. Individualmente movemos, alegres, algunas veces caóticos, y (con esperanzas) siempre animándonos unos a otros. Esto, y juntados en comunidad, juntados en un cuerpo. El edificio y el campanario son poco más una estructura para “todas las personas.”
Al fin del Evangelio de Juan, Juan es convencido que la comunidad de Dios puede creer sin ver. Podemos evitar tal experiencia como la de Tomás por confiar en la palabra de Juan. “Etas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo . . .” Juan es convencido que los que lean sus palabras serán bendecidos. Mientras que las afirmaciones de Juan son incontestadas, como pensamos en la comunidad, es bueno recordar que para la iglesia primitiva el leer las escrituras no fue una práctica solitaria. Fue leída, procesada, y usada para el culto en comunidad. La comunidad es el contexto en que Tomás puede expresar sus dudas tan fácilmente. La comunidad es un lugar para ser bendecido, amado, para reflejar, orar, y crecer. La falta de comunidad no es solamente sofocante espiritualmente, la investigación encuentra que hay daño a la salud en estar aislado. Y por eso, que sigamos la guía agradable del poema de mano de nuestros niños sabios. *¡Abre la puerta y ve a todas las personas!*