Hamilton
Eliza Schuyler Hamilton (Philippa Soo) has reason not to forgive her husband Alexander Hamilton (Lin-Manuel Miranda) for publicizing an extramartial affair in the smash hit musical "Hamilton." (Publicity Photo)
Lea la versión en español a continuación
Sept. 13, 2020, 15th Sunday after Pentecost,
Exodus 14:19-31, Exodus 15:1b-11, 20-21, Romans 14:1-12, Matthew 18:21-35
Many of us have been captivated by the Broadway musical, “Hamilton.” It’s provided a good historical review of the founding of our country, energized by a multi-ethnic cast and fast-paced music blending hip-hop, jazz, pop and soul. Perhaps you also noted that it contained a powerful message about forgiveness. The triggering offense was Alexander Hamilton’s unfaithfulness to his wife Eliza, when he became sexually involved with a woman whose conniving husband later blackmailed him. Realizing that his political enemies had discovered and would publicize this failing, Hamilton preemptively published a newspaper article about it. Personally betrayed and publicly humiliated, Eliza responded with understandable rage, a feeling later compounded by grief when the Hamilton’s oldest son was killed in a duel while defending his father’s sullied reputation.
Eliza Hamilton had deep reasons not to forgive, certainly more reasons than the unforgiving servant in this week’s parable from Matthew 18. You know the story Jesus tells in response to Peter’s question about how often to forgive: A servant, who had just been forgiven a truly massive debt by the king who felt pity for him, turns around and mercilessly throws another servant into prison for owing him a much smaller debt.
Maybe those listening to your sermon have some well-founded reasons not to forgive. Yet Jesus repeatedly teaches his followers to forgive, including the familiar words from the Lord’s Prayer, “forgive us our trespasses, as we forgive those who trespass against us.” (Mt. 6:12) Those words and this week’s parable suggest to me that our opportunity to be forgiven by God appears to be directly related to our ability to forgive those who have wronged us. Perhaps an unforgiving spirit is like an open umbrella over our heads, blocking us from receiving the grace which like rain pours down on us from God. It’s not that God doesn’t want to forgive. Forgiveness is at the very heart of our loving God. Rather, our holding on to our right to get even appears to block God’s grace from falling on us. So how do you close that “unforgiveness umbrella” and let grace pour down?
A few decades ago, The Upper Room put out a pocket-sized card with several simple steps for strengthening your prayer life. One of those steps was to pray daily – over a period of time – for someone you found hard to forgive. A former parishioner took that suggestion to heart. She was harboring deep resentment toward a relative who had been excessively demanding in the settlement of a family estate, causing real pain for several in the family. Nonetheless this parishioner committed to praying daily for the one she found hard to forgive. After a period of weeks, she shared with excitement that gradually something within her had changed. She no longer resented this relative. She actually began to feel sorry for her, and over time her compassion for her grew. She said it was as though a weight had been lifted, like the love of God had taken over in her heart.
Back in the 1990’s, theologian Louis Smedes wrote The Art of Forgiving. It’s still a good read. In it, he pointed out that forgiving is an opportunity to do something good for ourselves when somebody has done something bad to us. It’s not about letting people get away with something or staying with people who are hurting us. Smedes says that when we forgive, we rediscover the humanity of the person who hurt us, we surrender our right to get even, and we revise our feelings toward the person we forgive. It does not mean we excuse the person. It does not mean we “forgive and forget.” No, instead we remember and move on.
I suspect that Eliza Hamilton prayed a lot about how to forgive her husband, and somehow, she achieved that goal. After Hamilton’s tragic death, Eliza was actually the one who ensured that his role in the founding of our nation would not be forgotten. In the musical, there’s a song called “It’s Quiet Uptown” which captures the essence of forgiveness for the Hamilton’s and perhaps for us. In it, Hamilton’s sister-in-law Angelica sings about things one might consider “unimaginable,” like forgiveness. But the song contains these two important lines: There are moments that words don’t reach. There is grace too powerful to name.
Jesus named it and offered it: Grace – the unmerited, forgiving love of God. Maybe those in your congregation who are struggling with the inability to forgive need to be reminded that through prayer, we receive the power to close the “umbrella of an unforgiving spirit” and let God’s grace like rain shower down on us. As the whole company of Hamilton inquires: Forgiveness. Can you imagine?
The Rev. Martha Ward is a retired elder in full connection in the Iowa Annual Conference. She now resides in Urbandale, Iowa.
Memorándum para los que predican
13 septiembre, 2020 – Domingo 15 después de Pentecostés
Éxodo 14:19-31, 15:1b-11, 20-21; Romanos 14:1-12; Mateo 18:21-35
“El Perdón. ¿Puedes imaginarte?
Por Martha Ward
Muchos de nosotros hemos sido cautivados por el musical de Broadway “Hamilton.” Ha proveído un buen repaso histórico de la fundación de nuestro país, animado por un reparto multi-étnico y música acelerada mezclando hip-hop, jazz, y soul. Quizás también Ud. notó que contiene un mensaje poderoso acerca del perdón. La ofensa que desencadena todo fue la infidelidad de Alexander Hamilton a su esposa Eliza, cuando se involucró sexualmente con una mujer cuyo esposo conspirador le extorsionó más tarde. Dándose cuenta de que sus enemigos políticos habían descubierto y publicarían su indiscreción, Hamilton publicó preventivamente un artículo en un periódico acerca de la indiscreción. Traicionada personalmente y humillada públicamente, Eliza respondió con furia comprensible, un sentimiento compuesto más tarde con dolor cuando el hijo mayor de Hamilton fue matado en un duelo mientras defendiendo la reputación manchada de su padre.
Eliza Hamilton tenía razones profundas por no perdonar, ciertamente más razones que el sirviente que no perdona en la parábola de esta semana de Mateo 18. Ya saben la historia que Jesús relata en responder a la pregunta de Pedro acerca de cuán frecuentemente hay que perdonar: Un sirviente, quie acababa de ser perdonado de una deuda verdaderamente enorme por el rey quien sentía piedad por él, se vuelve y echa a otro sirviente sin misericordia en la prisión a causa de que le debía una deuda mucho más pequeña.
Tal vez los que escuchan a su sermón tienen unas razones justificadas por no perdonar. Pero Jesús enseña repetidamente que sus seguidores debieran perdonar, incluyendo las palabras bien conocidas del Padrenuestro, “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.” (Mat. 6:12). Esas palabras y las parábolas para esta semana me sugieren que nuestra oportunidad de ser perdonado por Dios aparece ser relatada directamente a nuestra capacidad de perdonar a los que nos han hecho mal. Quizás un espíritu que no perdona es como un paraguas abierto sobre nuestras cabezas, bloqueándonos de recibir la gracia que como la lluvia cae en nosotros de Dios. No es que Dios no quiere perdonar. El perdón se encuentra en el corazón mismo de nuestro Dios amoroso. Más bien, aparece que cuando nosotros mantenemos nuestro derecho de vengarnos, eso bloquea la gracia de Dios cayendo en nosotros. Así que, ¿cómo se cierra ese “paraguas de no perdonar” para que la gracia pueda llover a mares.
Hace unas décadas, El Aposento Alto publicó una tarjeta de tamaño bolsillo con unos pasos para fortalecer la vida de oración. Uno de eso pasos fue orar diariamente – durante un buen período de tiempo – por alguien que Ud. encontraba difícil perdonar. Una ex-parroquiana hizo caso. Estaba guardando un resentimiento profundo hacia un familiar que había estado exigiendo excesivamente dinero en llegar a un acuerdo de la herencia de la familia, causando dolor verdadero para muchas personas en la familia. No obstante esta parroquiana se comprometió a orar diariamente por la persona a quien le fue difícil perdonar. Después de unas semanas, compartió con entusiasmo que gradualmente algo dentro de ella había cambiado. Ya no resentía a este pariente. De verdad comenzó a sentir pena por ella, y con tiempo su compasión por ella crecía. Dijo que fuera como si un peso hubiera sido levantado, como el amor de Dios había tomado control en su corazón.
En los años 90, el teólogo Louis Smedes escribió El Arte de Perdonar [The Art of Forgiving]. Todavía es un buen libro. En el libro, indicó que el perdonar es una oportunidad de hacer algo bueno para nosotros mismos cuando alguien nos ha hecho mal. No es dejar que alguien pueda hacer algo sin consecuencia, ni es quedarnos con personas que nos dañan. Smedes dice que cuando perdonamos, descubrimos otra vez la humanidad de la persona que nos hizo mal, rendimos nuestro derecho de vengarnos, y revisamos nuestros sentimientos hacia la persona que perdonamos. No significa que justificamos lo que hizo esa persona. No significa que “perdonamos y olvidamos.” No, en vez de eso, recordamos y seguimos.
Tengo sospechas que Eliza Hamilton oraba mucho acerca de cómo podía perdonar a su esposo, y en alguna manera, ella logró su meta. Después de la muerte trágica de Hamilton, Eliza de verdad fue la que aseguró que su papel en fundar nuestra nación no sería olvidado. En el musical, hay una canción llamada “Es Silenciosa en la parte alta de la Ciudad” que captura la esencia de perdón para los Hamilton y quizás para nosotros. En la canción, la cuñada Angélica canta acerca de cosas que se puede considerar “inconcebible,” como el perdón. Pero la canción contiene estas dos líneas importantes: Hay momentos cuando las palabras no alcanzan. Hay gracia demasiado poderosa para nombrar. Jesús la nombró y la ofreció: Gracia – el amor de Dios inmerecido que nos perdona. Quizás las personas en su congregación que luchan con la incapacidad de perdonar necesitan ser acordados que mediante oración, recibimos el poder de cerrar el “paraguas del espíritu que no perdona” y dejar que la gracia de Dios como la lluvia caiga en nosotros. Como toda la compañía de Hamilton pregunta: El Perdón. ¿Puedes imaginarte?
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